30 septiembre 2007

Tronos

Había una vez un rey que siempre se enfadaba por todo. Sus sirvientes no sabían qué hacer para tenerle contento. Lo que más le gustaba era sentarse en su trono, mandar y quejarse. Que si la comida estaba sosa, que si los cubiertos estaban sucios, que si olía mal, que si el suelo no relucía…

Una mañana se levantó y se sentó en su trono. Cuando empezó a mandar y a quejarse, se dio cuenta de que se había quedado solo. Todos los sirvientes, su consejero, el bufón, el ama de llaves… Todos se habían marchado. Aquel rey, sin tener a quien mandar, ni con quién enfadarse, dejó la corona en el trono y se fue de allí para siempre. Al día siguiente, todo el pueblo celebró su marcha y en medio de la plaza cantaron y bailaron hasta el anochecer. Después, hicieron una enorme hoguera con el trono y la corona, y nunca más volvieron a tener rey.

1 comentario:

Anónimo dijo...

jajjaja, este cuentete le va que ni al pelo a los últimos sucesos acontecidos en este país-estado con corona.