27 agosto 2010

26 agosto 2010

Casualidades

Después de contar en todas las provincias de Castilla-La Mancha, este verano le ha tocado el turno a la única que me quedaba, y no menos importante, por lo menos para mí: Albacete. No sé si es casualidad, teniendo en cuenta que mi progenitor es de Tarazona de la Mancha (Albacete) y que la que suscribe ha pasado sus primeros veinte veranos es dicha localidad, que ha vivido la vendimia y acusa en su hablar cierto deje delator. Contar en un lugar conocido o reconocible, siempre gusta. Es más, ciertas historias, cuando se cuentan en el lugar de donde proceden, parece que se enriquezcan, crezcan, tomen una fuerza especial o quizás sea casualidad.

Eso pasó en la biblioteca de Pozo-Lorente este verano, cuando empecé a contar las historias de una valenciano-manchega en Valencia. Los oyentes respondieron con una empatía muy especial ante la angustia de no sentirse de ninguna parte, lo que creó la complicidad suficiente para que todo saliera sobre ruedas. Qué casualidad que casi todos compartíéramos esa sensación y que casi todos viviéramos en Valencia, cerca del barrio
de Marxalenes.

Pero nada de eso podía haber sucedido si Antonia, la bibliotecaria, no me hubiese llamado meses antes preguntándome si trabajaba en agosto. Yo estaba en Badajoz, dentro del coche bajo una tormenta que a penas me dejaba escucharla. Me comentó que alguna vez se había hecho en la piscina, pero enseguida nos pusimos de acuerdo en hacerlo en la biblioteca por si acaso llovía y cerramos la fecha.

Las dos llegamos puntuales, a pesar de que el GPS me había llevado por una ruta turística y unas paisajes preciosos. Todo estaba preparado. Las sillas colocadas, el aire acondicionado en funcionamiento, la gente avisada... Da gusto cuando los que organizan hacen su trabajo porque así, los que llegamos nos ocupamos de hacer el nuestro.

Y por esas casualidades de la vida, vino la amiga de un amigo que es de Valencia pero que veranea en Pozo-Lorente y justo estaba allí esa semana.

La sesión empezó con puntualidad porque todos llegaron puntuales. La biblioteca llena de ojos espectantes y yo con muchas ganas de contarles.
Y no sé si por casualidad o para hacerlo todo más especial todavía, justo cuando terminó la sesión, cayó una tormenta como la que había en Badajoz meses antes. Menos mal que lo hicimos en la biblioteca y no en la piscina. Menos mal que no creo en la casualidades.