28 octubre 2014

Desde las alturas

Por la tele había visto a los paracaidistas del ejército tirarse de avionetas y hacer figuras en el aire. Solían ser hombres los que lo practicaban así que el paracaidismo le resultaría inaccesible como tantas otras cosas. Pero en aquel telediario dijeron que las mujeres podían incorporarse al servicio militar. Ella tendría unos ocho años. Y lo primero que se le pasó por la mente fue: podría ser paracaidista. Y sin pensarlo dos veces le dijo a su padre: "papá, yo de mayor quiero hacer la mili". Su padre la miró orgulloso, como si fuera ella el chico que nunca había tenido. Pero después de un minuto cayó en la cuenta de que era una niña y se rió: "¿De verdad, hija? A ver si te vas a volver un chico..." Y ahí se quedó la cosa. 

Con el pasar de los años, se hizo anti-militar, así que la idea del paracaídas quedó perdida en el olvido del que se hace mayor y abandona aquellos locos sueños infantiles tan imposibles como volver a ser pequeño. 

Sin embargo, un día conoció a alguien que se había tirado en paracaídas por el gusto de hacerlo, sin hacer carrera militar ni nada por el estilo. Así que se prometió regalárselo algún día.


El día llegó antes de lo que había pensado. Y allá que se fue a experimentar aquello de caer desde 4.000 metros de altura a 200 km/h. 

El momento se hizo esperar. Por lo menos media hora hasta que la llamaron. Se puso el mono, el arnés sin atar y las gafas al cuello. Le explicaron cómo tenía que hacer para dejarse caer. Subieron a la avioneta. El instructor amarró bien las correas del arnés y conforme subían le iba enseñando el altímetro.

1000 metros
Había otro instructor con otro chico que, igual que ella, iba a experimentar aquello por primera vez. El chico de la cámara, y tres chicos más que estaban aprendiendo a tirarse solos.
2.500 metros.
Ella miraba por la ventanilla. El cámara le decía tonterías y ella saludaba sin parar de hablar.
3.500 metros.
El instructor volvió a repasar las instrucciones, cómo tenía que girar la cabeza, apretó de nuevo los arneses, le puso las gafas...
4.000 metros. Se abrió la puerta de la avioneta.

Saluda el primero de los chicos que se iba a tirar solo y desaparece. Al segundo siguiente repite la misma operación la chica y finalmente el tercer chico. A ella la dejaron para la última. 

Su instructor se quedó sentado en el borde de la avioneta. Ella colgaba sin mirar hacia abajo. Saludó por última vez a la cámara, giró la cabeza hacia la derecha y se dejó caer.


La fuerza del aire parecía que la estaba sujetando. No había vértigo ni sensación de caída. Solo velocidad. Las gafas las tenía mal puestas, entraba algo de aire y le lloraban los ojos. La boca un poco abierta, dientes juntos y respiraba por la nariz. Era imposible mover los brazos hacia adelante, la fuerza del viento era brutal. El instructor le tocó dos veces el hombro. Ella se despidió del cámara. Se agarró de los tirantes y notó un tirón que la subía y frenaba. ¿Tan rápido estaba yendo?

"Mira la avioneta". Ella miró hacia arriba. Apenas se veía. ¿Tan lejos estaba? ¿Cuánto tiempo había pasado? El instructor le dejó los mandos del paracaídas... Un giro a la derecha y ahora hacia la izquierda... Aquello era volar como los pájaros. Ella gritó y el instructor gritó con ella.
"¿Ahora entiendes por qué los pájaros son libres? Somos libres como los pájaros" le dijo.


Después de varias vueltas por el aire tocaron tierra. Sensación de mareo y la barriga un poco revuelta. Su cuerpo seguía flotando y su cabeza también. Sonrisa en el rostro, relax en el cuerpo, la mente despejada de preocupaciones... Le duraría las tres horas del viaje de vuelta, o eso pensó ella. Porque después de semanas y de algunos meses, al recordarlo, revivía las mismas impresiones. Gracias a su memoria y al video que le grabaron.