Hace mucho tiempo de la biblioteca de mi pueblo se escapó una palabra. Dicen que fue en un día de viento. Una ráfaga abrió el diccionario y de allí la palabra salió volando por la única ventana que estaba abierta.
Y dicen que llegó hasta una nube donde estuvo jugando a la rayuela un rato y la nube empezó a cambiar de colores y de formas. La palabra subió más arriba hasta alcanzar las estrellas y se hizo amiga de una de ellas que era profesora de matemáticas y astronomía. Y la estrella matemática se olvidó de contar, de sumar y de restar y se fue con su amiga a dar una vuelta por la Galaxia o a darle la vuelta a la Galaxia. Después se despidieron y la palabra se encontró con el sol que estaba muy cansado. El sol al verla sonrío y comenzó a emitir rayos de colores en todas direcciones que llegaron hasta la Tierra donde, a la gente que tomaba el sol, se le pintó la piel de rojo, verde, morado, azul, granate… (De eso todavía se acuerdan en mi pueblo). El sol se divertía de lo lindo y la palabra jugueteaba entre los rayos deslizándose de un lado a otro. Un poco más lejos, vio a un hombre en el interior de una montaña. Estaba serio y pensativo. Todos vieron cómo la palabra se colaba en su cerebro y el hombre al leerla sonrío y se puso a pensar, pero de otra manera, porque se levantó y se puso a construir castillos en el aire.
La palabra, contenta y satisfecha, volvió a la biblioteca donde el diccionario la esperaba con las páginas abiertas por la “i”. Esa palabra volvió a ocupar su sitio. Desde entonces, durante los días de viento, la biblioteca de mi pueblo tiene todas las puertas y ventanas bien abiertas, no vaya a ser que la palabra quiera escaparse de nuevo y no tenga adonde ir.
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