Se acaba enero, y con él la cuesta, las primeras rebajas, el Día de la Paz , el día del maestro (que es el 28) y el peor día del año, que según la radio, es el día 24.
También llegaron las primeras nieves al lugar donde vivo. Y con ellas, las primeras bolas lanzadas a los amigos, las narices rojas y los primeros besos helados. Pero llega un momento en que deja de ser divertida, romántica y bucólica porque, una vez pisada, se vuelve en una especie de barro congelado, te ensucia los zapatos y te moja los bajos del pantalón. Pasados los días, se convierte en puro hielo que hace brillar las aceras como si hubiese llovido. Las calles son auténticas pistas de patinaje lo que le obliga a uno a caminar mirando al suelo, con cuidado de no resbalar.
Y si a todo eso le sumamos que las aceras son además resbaladizas, ocurren cosas como la que me contó una amiga el sábado cuando vino a casa a traerme naranjas y eucalipto porque estaba con gripe. Un señor de su barrio se había resbalado el día anterior cuando iba a comprar el pan. Lo que podía haber sido un simple moratón, se convirtió en un asunto más grave, porque el señor murió esa misma mañana a causa de un derrame cerebral.
Sí, desde esta parte de la Península, la imagen de la nieve cambia, como tantas otras cosas.
Y si a todo eso le sumamos que las aceras son además resbaladizas, ocurren cosas como la que me contó una amiga el sábado cuando vino a casa a traerme naranjas y eucalipto porque estaba con gripe. Un señor de su barrio se había resbalado el día anterior cuando iba a comprar el pan. Lo que podía haber sido un simple moratón, se convirtió en un asunto más grave, porque el señor murió esa misma mañana a causa de un derrame cerebral.
Sí, desde esta parte de la Península, la imagen de la nieve cambia, como tantas otras cosas.
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