21 diciembre 2009

Picor de ojos

Se levantó con picor de ojos. Casi no podía abrir los párpados. Le picaban tanto… Y cuanto más se los frotaba, más le picaban. Probó con colirio, con manzanilla amarga, pero nada. Ahí seguía el picor. Los cerró. Los abrió. Hizo algunos ejercicios oculares, relajó los músculos, los tensó… Pero ahí seguía el picor. Pasaban las horas y los ojos seguían manifestando su malestar. No sabía qué hacer. Lo mejor sería no hacer caso. Como si no existieran. Seguro que si se concentraba en cualquier otra cosa, no pensaría en el picor y al final desaparecería, aunque fuera por aburrimiento. Pero ese día los ojos no se aburrían y seguían transmitiendo aquella desagradable sensación.

Finalmente, se rindió. Se sentó en el sofá y dejó que se agolparan y se desparramaran por las mejillas a borbotones. No se preocupó en frenarlas ni en secarlas. Caían y caían como cascadas cristalinas. Cuando dejaron de caer, miró por la ventana. El cielo era de un azul intenso y el verde de los árboles contrastaba con el brillo de la calzada mojada y gris. El cristal era mucho más claro y transparente. Allí sentado comprobó que al igual que la lluvia limpia el ambiente, las lágrimas limpian la mirada y que después de la tormenta llega la calma, se respira mejor y el aire es más fresco.

13 diciembre 2009

Genialidades

El genio se metió en la lámpara por curiosidad. Quería saber qué había allí dentro y comprobar si era capaz de entrar. El genio se fue haciendo pequeño, y más pequeño. Hasta que se hizo tan pequeño como una hormiga y pudo entrar en el ánfora. Allí descubrió un mundo muy diferente al que había conocido hasta entonces. Era el mundo de los genios.

Vio a un montón de genios en la orilla de un lago rodeado de montañas llenas de árboles. Los genios estaban sentados en círculo jugando a las cartas. Una brisa suave y fresca les movía las túnicas y hacía tintinear las perlas que adornaban sus turbantes. De pronto, uno de los genios desapareció entre una nube de polvo. "Otro que ha frotado la lámpara. Así no vamos a acabar nunca la partida. Llevamos más de cien años con la misma y , la verdad, empiezo a aburrirme", se quejó el genio que tenía una barba larga y gris.

Al cabo del rato apareció el compañero que había ido a conceder los tres deseos. Venía llorando de risa. Mientras se secaba las lágrimas, decía "Vaya, vaya como son estos humanos, jaja. Me ha pedido una gran casa y después un montón de sirvientes. ¿Y a que no sabéis cuál ha sido su tercer deseo?" "Déjame adivinar", dijo el de la barba blanca, "un montón de oro". "Exactamente, jajajaja. ¡El muy ingenuo!". El genio de barba roja empezó a reír: "¡Y no me digas que has vuelto a hacerlo!" "Sí, sí, jajaja. ¡Lo he hecho! Todo convertido en un montón de oro, jajaja. A ver qué hace con eso en medio del desierto, jajaja!" Todos los genios estallaron a carcajadas.

"Así que es por eso que hay tantos montones de oro por el desierto, qué tontos, juajua", se dijo el pequeño genio que enseguida se unió al grupo a reírse de los humanos.

Porque eso es lo que más les gusta a los genios, reírse de ellos y de sus extravagancias. ¿A quién se le ocurre pedir un deseo que después abandona porque cuando lo tiene, no sabe qué hacer con él?