Un hombre caminaba lentamente por un camino de hojas secas bordeado de árboles amarillos. Llevaba un sombrero marrón y un abrigo de paño azul marino. Al final del camino encontró una casa abandonada. Abrió la puerta. Subió las escaleras. A cada peldaño que subía perdía un mechón de pelo. Cuando llegó a la habitación más alta de la casa, miró por la ventana y vio las montañas nevadas y el valle en pleno verdor. Se miró las manos. Ya no eran sus manos fuertes y vigorosas. Ahora veía unas manos arrugadas y huesudas.
Sin pensar, levantó los brazos y empezó a bailar en círculos como si estuviese invocando a los espíritus. Era como si supiera que había llegado el final de su vida. La habitación redonda giraba con él y las paredes tenían pintadas líneas negras que dibujaban paisajes en movimiento. Cuando detuvo su danza, se acercó a la pared a mirar mejor los dibujos. Y vio con sorpresa que aquellas líneas negras eran sus propios pelos. Aquella era una pared peluda pintada con sus propios pelos. Como si cada uno de los paisajes que reflejaba fueran hechos de cada pensamiento, recuerdo o anhelo. A lo mejor aquello tenía que ver con haber caminado por el camino de hojas secas, con haber abierto la puerta y subido las escaleras. Y a lo mejor era por eso que sus manos se habían llenado de arrugas y huesos.
Sin pelo, sin recuerdos y sin juventud, nada tenía sentido. Con la desesperación que provoca el desconsuelo, subió a la alfombra que estaba tirada en el suelo y se echó a volar por la ventana. Nunca más volvió a bajar a la Tierra.
Por aquel insólito lugar le llaman el viejo calvo volador. A veces, la gente que mira al cielo confunde aquella calva brillante con una estrella fugaz y él, que lo sabe, concede todos los deseos.
5 comentarios:
Me ha puesto la piel de gallina...
Hace mil años que lo inventé y le he hecho unos retoques. Me alegro de que te haya emocionado :)
Muy chuli, Patricia. Me ha gustado mucho.
como estás querida... (es una afirmación, no una pregunta)
Mi historia no es insólita, es más bien una paranoia, no quiero parecerme a Gala.
Antes de nada, siento escribir en primera persona, soy algo egocéntrico, la tercera da mucho más juego, lo sé.
Precisamente a ésto me refiero, texto recargado, comas por doquier, no quiero parecerme a Gala. Y éso que no tengo nada contra el señor, ni mucho menos.
Me gusta escribir, lo hago bien, ahora mismo soy el mejor del mundo -aprovecho mis momentos de gloria como si de Prozac estuviera-, evito faltas de ortografía, pongo puntos, comas, guiones...
Me encantan las comas, me las imagino como un ejército de espermatozoides intentado fecundar el punto. Por éso están en mayoría, para que haya algo de competición.
Uy, la competición, mejor dejarlo, antes de que sea ésta otra de mis historias inacabadas.
Ésta me apetece terminarla, raro en mí. Si alguna vez escribo un libro -que será recargado y farragoso a más no poder- tendrá una infinidad de principios pero ningún final. No me gustan los finales, en cambio los inicios...
La cantidad de historias que se quedan en la basura, nada más empezadas, en nuestro olvido, en algún despacho o en algún papel nunca más leído.
El mundo cambiaría, aunque realmente no soy capaz de arreglar el jardín de mi casa. Hasta las hierbas aromáticas se me mueren al tiempo que empiezo nuevos proyectos. Siempre empezando cosas.
Lo siento, no quiero parecerme a Gala, pero no lo puedo evitar. Son los malditos signos de puntuación, bailando me imagino con la interrogación, desdeñando la exclamación por falta de curvas, terminando la velada tumbados sobre el guión, o manoseándonos en el paréntesis, convertido en elástico para la ocasión.
Y me refiero al guión de ésos bien largos, no a los guioncillos faltos de personalidad!!
Es hora de ir terminando, ya he consumido mis 10 minutos de gloria, queriendo dejar bien claro que no me parezco a Gala, por desgracia para mí, pensarán la mayoría.
Debería volver a tomar la medicación, aunque de momento aprovecharé algunos momentos de lucidez. No me dejes pensar, me repito a mí mismo sin éxito.
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