Si me dan las palabras “Sigmund” y “Freud” me vienen a la mente otras como “psicoanálisis” o “interpretación de los sueños”. De la primera (del psicoanálisis) sé poco pero desde pequeña me obsesionan los sueños y sus símbolos.
Hace años que los escribo para
recordarlos y me gusta darles interpretaciones propias, alejadas de cualquier
diccionario y de su simbología. Me gusta fantasear con ellos, me enredo en
ellos, los continúo e imagino finales o principios y añado personajes según me
venga. En mi época de estudiante, después de estudiar me dormía para integrar
lo aprendido. E incluso ahora, las ideas creativas me vienen justo antes de
dormir.
De cómo acabé en un aeropuerto a
las dos de la tarde arrastrando una maleta con las obras completas de Freud es
una larga historia. El caso es que en el asiento trasero de mi coche, se sienta
la maleta desde hace ya varios meses. La razón de no subirla a mi casa es
porque vivo en un cuarto sin ascensor y el saber de Freud ocupa lugar y pesa
mucho.
Desde entonces mi libreta de los
sueños está en blanco. Soy incapaz de recordar ninguna de mis imágenes
oníricas. Por más que lo intento. Duermo más horas de las que acostumbro e
incluso hasta me echo la siesta, pero no hay forma de retenerlos.
Lo peor de todo es cuando subo al
coche. Al principio apenas venía ningún pensamiento, pero con el paso de las
semanas, en cuanto llevo cinco minutos conduciendo, parece que tengo a Freud en
el asiento de atrás acribillándome a preguntas: “¿por qué no puedes recordar
los sueños? ¿Acaso es que estás en tal punto de estrés? ¿Quizá le quieres dar
la espalda a tu subconsciente? ¿O es que vives en tanta monotonía que ni te vienen
los sueños?”
Quiero abandonar la maleta en
alguna cuneta. E incluso he pensado en vender las obras en algún rastro. Pero
ni siquiera he sido capaz de abrirla. Creo que si la abro, ya no habrá remedio.
Las paredes de mi coche pronto se impregnarían del espíritu de Freud. Las
preguntas me acosarían hasta el fin de mis días. No soñaría nunca más. No.
Mejor no abrirla. Mejor esperar a encontrar alguien a quien le importen un pito
sus sueños y tenga desocupado ese lugar del saber donde el saber de Freud ocupe
su lugar acorde a su peso.
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