15 abril 2011

Agenda Abril

A veces, la gente me pregunta, ¿dónde cuentas la próxima vez? ¿Dónde puedo ver tu agenda?
En abril, podrás escuchar la sesión de cuentos "Un bosque de cuentos" en:

Ávila
Plaza Adolfo Suárez. Feria del Libro Antiguo y de Ocasión
Lunes 18 abril: 12h.
Martes 19 abril: 12 h.

Cantabria
Biblioteca Municipal de Polanco. Polanco
Viernes 29 de abril: 17.30 h.Biblioteca Central de Cantabria. Santander.
Sábado 30 de abril: 18 h.

Todas las sesiones están dirigidas a público familiar.

11 abril 2011

De vuelta

Después de unos días estivales en Palma, vuelvo a casa un poco más tostada, más caminada y contada que cuando me fui.

Alcúdia es un lugar precioso. Estuve en el centro histórico amurallado y en el que se encuentra la Fundació Biblioteca d'Alcúdia Can Torró, más conocida entre el gremio bibliotecario como la Biblioteca de Can Torró. El 23 de abril cumplirá 21 años de existencia. Lo celebramos la semana del Libro Infantil y Juvenil. Primero en el Puerto d'Alcúdia y después en la biblioteca del Centro.

Tuve unas estupendas anfitrionas que en todo momento facilitaron la tarea, ya que teníamos el tiempo muy justo entre una sesión y otra. Cuando los organizadores, organizan es un gusto. Un tanto de lo mismo ocurrió en Artà y en Esporles. Bibliotecas con bibliotecarias luchadoras que disfrutan de su trabajo. Como curiosidad, la biblioteca de Artà tiene una sala de consulta con una mesa camilla con brasero y todo. Me encantó.
Tampoco se puede uno perder Artà. No había estado en ninguno de mis numerosos viajes a la isla. Y he de decir que me impresionó el paisaje y el hecho de que hubiera un teatro municipal enorme y en uso. Me contaba María, la bibliotecaria, que el antiguo teatro se quemó y la gente del pueblo reclamó un nuevo teatro porque se habían acostumbrado a ir. Así que, tienen en el mismo recinto, un edificio para cine y teatro y otro edificio con la Biblioteca.
Esporles tiene nueva biblioteca, así que a pesar de haber estado contando el año pasado, todo fue nuevo otra vez. Aprovecharon una antigua fábrica y adecuaron el interior para biblioteca y otros servicios municipales. Lo más curioso de todo es que por una vez la bibliotecaria estaba implicada en el proyecto desde el principio y aun así, me contaba por lo bajini algunos gambazos. ¿Cuántos no hubieran habido si no llega a estar ella?

Y hasta aquí mi crónica mallorquina. Si queréis ver más fotos: éste es mi flickr. He puesto algunas más en la sección de fotos de este blog.

También hubo tiempo para pasear por las calles de la ciudad, visitar tiendas, comprar vestidos y abalorios, cenar fuera y conectarme a internet. De lo que no me dio tiempo es de tomar el sol, pero me conformé con sentir el aire cálido en la cara, que para una que vive en Ávila ya es mucho.

10 abril 2011

Automedicación

Siempre que puedo, evito ir al médico. Tampoco me gusta tomar ninguna droga legal o ilegal, medicamento ni nada que no sea natural o que puedan tomar los niños. Puede parecer una manía, pero es como si se me ensuciara el cuerpo por dentro. Por todo el mundo es sabido que una gripe tiene tres días de subida y tres días de bajada. Por más paracetamol que uno tome, eso es impepinable. Tampoco me automedico. Si me encuentro muy mal, como último recurso, voy al médico a que me mande cosas. Después de leer detenidamente el prospecto, me lo tomo. Pero sé de otros métodos de automedicarse: por ejemplo, haciendo uso de las redes sociales o buscando en foros especializados.

Ando a vueltas con un libro que trata de la relación entre la medicina y la religión. Cómo durante muchos siglos los avances médicos estuvieron supeditados a creencias religiosas de judíos, musulmanes y cristianos. Hasta el siglo XVII no se realizaron autopsias por respeto a los muertos. También explica la primera forma de automedicarse de la historia.
"Cuenta Herodoto que tanto los caldeos, como los egipcios y los habitantes de Hispania y Lusitania, empleaban un método curativo que consistía en sacar los enfermos a la calle, de manera que las gentes que pasaban ante ellos se detuvieran, movidas por la compasión, a interesarse por su dolencia y que casi siempre se daba el caso de que un transeúnte reconociera los síntomas por haberlos sufrido en sus propias carnes, por lo cual, inmediatamente aportaba ideas terapéuticas, narrando cómo había él conseguido curarse de aquel mismo mal. Fue el primer método de la automedicación de la historia de la Medicina y el inicio de una costumbre que perdura hasta nuestros días".
Se supone que se le hacía caso al consejero y que el enfermo siguiendo las indicaciones, se curaba de su mal. Eso suponiendo que nadie hiciera trampa y en lugar de contar la verdad, el consejero se entretuviera contando viejas historias o inventando posibles remedios. E incluso podría ocurrir que el propio enfermo exagerara su mal para dar pena y relatara dolencias inexistentes buscando consuelo. Claro que eso ya no formaría parte de un proceso médico y la curación, en el caso de haberla, sería totalmente casual y espontánea.

A veces, también utilizo esta vía pero reconozco que por cuestiones profesionales porque cuando cuento mis males, lejos de ayudar a mi curación con posibles medicinas o hierbas, la gente me acaba contando las enfermedades suyas y las de su familia. No se corta en dar detalles escabrosos mirándome con cara de "así que no te quejes que no es para tanto". Y yo, me consuelo porque pienso "pues es verdad". Me voy a mi casa tan campante con un montón de material de trabajo y, después de mirar por internet esas enfermedades, marco el número del centro de salud.

05 abril 2011

Volando voy

Entré en el avión a la hora prevista. Fila 6, ventanilla. Aunque el vuelo era nocturno me gusta mirar las luces de las ciudades desde las alturas. Me había prometido que estaría atenta al despegue y a mirar cada tanto lo que pasaba a mi alrededor. Cada vez que viajo en transporte público me enfrasco en la lectura del libro que he decidido que sea mi acompañante en el viaje. ¿Acaso no me gusta viajar y por eso necesito entretenerme con algo para que pase lo más pronto posible?¿O es la necesidad de engañar a mi impaciencia infantil que me suele atosigar con el "cuando llegamos"? Sea cual sea la respuesta, lo cierto es que en tren, autobús o avión, siempre llevo un libro entre manos y una libreta para apuntar alguna frase que me guste o por si acaso se me ocurre alguna idea.

Antes de despegar, ya había hecho caso omiso de mis propósitos. Me sorprendí sumergida en la historia de aquella madre que había perdido a su hijo mayor en tiempos de posguerra y contaba al pequeño lo que había sucedido a través de sus recuerdos. El libro olía a nuevo. El papel era suave y grueso. Bien maquetado. Con el tamaño de letra que me gusta, ni demasiado grande ni demasiado pequeña y doble interlineado. Era un regalo y como tal lo mimaba.

En el momento del despegue, miré por la ventanilla cómo el avión cogía el vuelo. Cómo nos alejábamos del suelo y los coches se hacían cada vez más pequeños. Las luces de la ciudad empezaban a dibujar formas para que mi imaginación empezara a funcionar. El piloto se presentó. Nos informó que alcanzaríamos los 9.000 metros de altura. No habló de la velocidad (yo creo que para no acojonar). Mientras explicaban las salidas y el funcionamiento del chaleco salvavidas, volví a la lectura. Cuando apagaron las luces generales, encendí mi led. Aproveché para mirar afuera. Abajo, masas de luces de ciudades y pueblos. Al fondo a la izquierda, la luna indicándome el oeste. Nos alejábamos por segundos. Yo hacia el este y ella en el oeste desapareciendo en la costa portuguesa. Cuántas veces la había visto salir en la Malvarrosa. Cuántos atardeceres de lunas llenas. Nunca hubiera adivinado que la luna se pusiera en el mar de la misma forma que sale: anaranjada y brillante. La ví la primera vez en Lisboa. Entonces entendí la saudade. No es lo mismo ver nacer la luna que verla morir cada día. Por eso será que la gente meditárrenea tenemos fama de alegres y divertidos y los gallegos y portugueses de melancólicos.

Me pareció extraño verla prácticamente en el mismo lugar durante todo el trayecto. Parecía que estuviera cuidando de que el vuelo llegara a buen fin. Como una madre que mira cómo duerme su bebé asegurándose de que nada malo le vaya a pasar. Así me miraba la luna o así me sentía yo. Me fijé bien: ¿estaba menguante o creciente? Calculé el ciclo. Hacía dos semanas que había estado llena, por lo que debería de estar recién saliendo de nueva. Pero su tamaño era un poco mayor del que tendría que tener en ese estado del ciclo lunar.

Desde 9.000 metros de altura, ¿la luna se paralizaba? ¿Tardaba más en desaparecer? ¿Su tamaño también cambiaba vista desde el suelo? Durante todos mi años de coger aviones, nunca se me habían presentado estas cuestiones. Quizás porque casi siempre vuelo de día y en el caso de hacerlo alguna vez de noche, me había tocado pasillo o no había aparecido la luna de aquella forma o coincidiría con momentos de mi vida en que no me hago preguntas.

Hice lo que suelo hacer cuando me vienen a la cabeza preguntas que no puedo responder en el momento. Agaché la cabeza y seguí leyendo si dar más importancia a la inquietud. No sin antes apuntar la pregunta en la libreta que llevaba para tal fin. Después de varias páginas, el piloto informó que en unos minutos aterrizaríamos en el aeropuerto de Palma de Mallorca. Temperatura exterior, 15ºC.

El avión perdía altura y la bahía de Palma se veía claramente iluminada. Algunas lucecillas en medio del oscuro mar avisaban de la existencia de pequeños barcos. Algunas más intensas y abundantes pertenecían a esas enormes embarcaciones de cuyo nombre nunca acierto a recordar a pesar de haber nacido y crecido en una ciudad portuaria como Valencia. Al ver las luces, me acordé de la luna. Miré hacia la izquierda. El astro que me había cuidado acompañado durante todo el viaje se convirtió, a las luces de la ciudad, en la luz indicadora del extremo del ala izquierda del avión.

Ante el golpe de realidad, no me desilusioné ni me sentí imbécil como otras veces que me había sucedido algo parecido. Aquella luz había realizado la función para la que había sido creada. Por un lado, señalar al piloto las dimensiones del avión en la oscuridad. Por otro, evitar que una persona lunática que se aburre en los viajes se sumergiera en un libro y que pasara por alto lo que sucedía a su alrededor. Si se transformaba en luna ante sus ojos, llamaría la atención a su espíritu literario y romántico, que tantas veces abandonaba por asuntos mundanos. Esta vez, no tendría escapatoria. A 9.000 metros, ante aquella visión, no tendría otro remedio que ponerse a la altura del avión en que viajaba.

01 abril 2011

Caperucita negra

Algunos dicen que Ávila es Abuelávila, la ciudad de la tranquilidad. Tan calmada, que no hay nada: ni exposiciones, ni teatro, ni filmotecas, ni tiendas... Pero basta rascar un poco, para encontrar (a parte de las excursiones del Imserso, monjas y yemas de Santa Teresa) pequeñas iniciativas de gente inquieta a la que le gusta la música, el teatro o las terapias alternativas. Además, una de las ventajas de vivir en un sitio pequeño es que uno se entera de todo. Así que, para este fin de semana tenemos varias actividades lúdicas:

Viernes, 1 de abril, presentación de la Revista Literaria Caperucita Negra en Más Música.

El sábado, día 2 de abril, en el Centro de Terapias alternativas, Sanatú (C/ Capitán Peñas, 24)

13h. Taller de sueños
17 h, Taller de visualización guiada con relajación
20 h. Taller de movimiento armónico impartido por Ramiro García, especialista de la corriente Río Abierto.
Entrada gratuita

Y además, en el Lienzo Norte, desde el viernes 1 de abril hasta el domingo 3 de abril puedes acercarte a la Feria del Outlet.

Para los malpensados, no me paga nadie por anunciar esto ni se trata de ningún ardid político. Simplemente es una respuesta a las numerosas preguntas que se me hacen: ¿En Ávila? ¿Estás viviendo en Ávila? ¿Y que haces allí si no hay nada?

Y lo peor de todo, es que lo que más me lo dicen son los propios abulenses. Por eso este post. Para reivindicar la vida social en Ávila, que existe. Que hay gente estupenda que se mueve para que esta ciudad no se convierta en un cementerio. Con la que te puedes ir a caminar por
rutas para bajar el colesterol, ir al cine para ver algún estreno y, sobre todo, cañear en bares en lo que te puedes tomar un flan de postre. ¿Hace falta más?